sábado, 5 de febrero de 2011

La Era Del Absolutismo

 

                                                                           En la resaca de la guerra de los Treinta Años, el absolutismo comenzó a tomar una forma reconocible; el Estado, secular y centralizado, reemplazó a las instituciones y conceptos políticos feudales como instrumento de poder e influencia mundial. A través de los esfuerzos de los cardenales Richelieu y Mazarino, Francia entró en escena como la primera gran potencia moderna. En 1661, cuando Luis XIV asumió el gobierno del país, comprendió que sólo se podrían conquistar nuevos territorios mediante la movilización de los recursos económicos y militares de todo el Estado. La serie de guerras que provocó en Europa no pudieron transformar sus sueños más audaces en realidades, pero el esfuerzo en sí mismo habría sido imposible sin las políticas económicas mercantilistas de Jean-Baptiste Colbert y la creación de un gran ejército permanente. La vasta burocracia civil y militar que inevitablemente llevaba consigo la ambición territorial desenfrenada del monarca francés pronto comenzó a tomar vida propia, y, aunque el rey pudo haber creído que él era el Estado, de hecho se había convertido en su principal servidor. La aristocracia francesa corrió una suerte similar. Cuando la diversidad feudal cayó víctima del racionalismo burocrático, los aristócratas fueron obligados a ceder el poder político a los funcionarios de la burocracia estatal, llamados intendentes. En España, la muerte de Carlos II sin sucesor provocó la guerra de Sucesión. La llegada de la nueva dinastía de los Borbones coincidió con la implantación del absolutismo. Felipe V abolió los fueros de los distintos reinos, se extinguieron las Cortes y se centralizó el poder basado en una férrea burocracia.

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