sábado, 5 de febrero de 2011

La Visión Secular Del Mundo

                                                                  

Junto a la secularización de la política hubo una secularización del pensamiento. La revolución científica del siglo XVII sentó las bases de una visión del mundo que no dependía de las asunciones y categorías cristianas. Al liberarse de la teología, los filósofos descubrieron nuevos aliados en la ciencia y las matemáticas. Para pensadores como Francis Bacon y el filósofo francés René Descartes, el destino del alma era menos importante que el funcionamiento del mundo natural, y aunque Bacon era empirista y Descartes un racionalista, ambos creían que el poder de la razón humana, utilizado correctamente, se imponía a la autoridad.

 

Entre los distintos creadores del pensamiento moderno, ninguno fue más importante ni más celebrado que el físico inglés Isaac Newton, que descubrió una explicación mecánica que abarcaba todo el universo sobre la base de la ley de la gravedad universal. El respeto que Newton inspiró a los filósofos del siglo XVIII difícilmente puede ser exagerado. Determinados a popularizar una imagen del mundo científica y a adaptar sus métodos a la tarea de la crítica social y política, las principales figuras de la Ilustración pusieron los problemas del mundo directamente en el centro de su actividad intelectual. En el compendio más famoso del pensamiento ilustrado, la Enciclopedia (1751-1772), Denis Diderot (el editor), Jean d'Alembert, Voltaire y otros autores cuestionaron la concepción religiosa del mundo y abogaron por el humanismo científico basado en la ley natural.

                                  

La Era Del Absolutismo

 

                                                                           En la resaca de la guerra de los Treinta Años, el absolutismo comenzó a tomar una forma reconocible; el Estado, secular y centralizado, reemplazó a las instituciones y conceptos políticos feudales como instrumento de poder e influencia mundial. A través de los esfuerzos de los cardenales Richelieu y Mazarino, Francia entró en escena como la primera gran potencia moderna. En 1661, cuando Luis XIV asumió el gobierno del país, comprendió que sólo se podrían conquistar nuevos territorios mediante la movilización de los recursos económicos y militares de todo el Estado. La serie de guerras que provocó en Europa no pudieron transformar sus sueños más audaces en realidades, pero el esfuerzo en sí mismo habría sido imposible sin las políticas económicas mercantilistas de Jean-Baptiste Colbert y la creación de un gran ejército permanente. La vasta burocracia civil y militar que inevitablemente llevaba consigo la ambición territorial desenfrenada del monarca francés pronto comenzó a tomar vida propia, y, aunque el rey pudo haber creído que él era el Estado, de hecho se había convertido en su principal servidor. La aristocracia francesa corrió una suerte similar. Cuando la diversidad feudal cayó víctima del racionalismo burocrático, los aristócratas fueron obligados a ceder el poder político a los funcionarios de la burocracia estatal, llamados intendentes. En España, la muerte de Carlos II sin sucesor provocó la guerra de Sucesión. La llegada de la nueva dinastía de los Borbones coincidió con la implantación del absolutismo. Felipe V abolió los fueros de los distintos reinos, se extinguieron las Cortes y se centralizó el poder basado en una férrea burocracia.

El Nacimiento De Una Nueva Era

                                            Esta ambigüedad se manifestó en quienes, a finales del siglo XV, comenzaron a explorar la tierras situadas más allá de las costas europeas. Inspirados por el celo religioso, exploradores como Vasco da Gama, Cristóbal Colón y Fernando de Magallanes hicieron posible un vasto esfuerzo descubridor y misionero. Motivados también por el afán de conseguir bienes materiales, contribuyeron a una revolución comercial y al desarrollo del capitalismo. Portugal y España, como patrocinadores de los primeros viajes, fueron los primeros en recoger la cosecha económica. Aunque la enorme cantidad de plata que fluyó a España contribuyó a una 'revolución de los precios' (rápida devaluación del dinero e inflación a largo plazo), en un principio sirvió para poner un extraordinario poder en manos del rey Felipe II, de quien se decía que "en sus dominios no se ponía nunca el Sol". Heredero de los dominios de los Habsburgo en Europa occidental y América, Felipe se autoproclamó defensor de la fe católica. Su oposición a las ambiciones del Imperio otomano en el Mediterráneo no se debió sólo a que los turcos eran competidores imperiales sino también a que eran 'infieles' musulmanes. Del mismo modo, sus campañas contra los Países Bajos e Inglaterra tuvieron a la vez motivaciones políticas y religiosas, pues en ambos casos sus enemigos eran protestantes.

 

 

                                              

La Unidad Cultural

La unidad cultural

                                       

Las fuerzas materiales y culturales liberadas en el siglo XII prolongaron su impacto durante los siguientes 200 años. Europa se había convertido en una unidad cultural, por la que se expresó de forma institucional lo que era el pensamiento de la Iglesia cristiana. Esta unidad se reflejó con más claridad que nunca en una serie de expediciones militares (las Cruzadas) en las que se pretendía arrebatar al Islam los lugares santos cristianos de Oriente Próximo. La jerarquía de la Iglesia predicó en favor de las cruzadas, que consiguieron el apoyo de las nuevas órdenes monásticas, para las que el 'peregrinaje militar' representaba el camino a la salvación individual y colectiva. La idea de la guerra santa, sin embargo, rebasó las divisiones sociales y atrajo tanto a la aristocracia guerrera tradicional como a los campesinos, las nuevas clases de artesanos y los trabajadores de las ciudades surgidos por el crecimiento de la sociedad urbana. En la península Ibérica, la tolerancia tradicional entre musulmanes, judíos y cristianos vivió épocas de crisis y, conforme se extendían los reinos cristianos hacia el sur, los monarcas y la Iglesia tuvieron que intervenir con frecuencia para apaciguar los ánimos populares, que achacaban a los judíos, incluso a los conversos o 'nuevos cristianos', la culpa y responsabilidad por todos los desastres. Se estaba incubando la más grave crisis de identidad nacional, origen de la Inquisición y de la expulsión de judíos y moriscos, ocurrida a finales del siglo XV y del siglo XVI respectivamente.

 


La creciente intolerancia hacia las poblaciones no cristianas dentro y fuera de las fronteras de Europa tuvo la misma importancia como expresión de la unidad cultural cristiana. El islam, el enemigo infiel de la lejana Jerusalén, también era el enemigo en las fronteras, y en Sicilia siglos de intercambio comercial e intelectual llegaron a su fin. También en el periodo comprendido entre los siglos XII y XIV la intolerancia hacia los judíos que se habían establecido en toda Europa se extendió y se hizo más virulenta. Decretos punitivos restringiendo el asentamiento y la colonización judías coincidieron con atrocidades y motines en masa contra la población judía, y se establecieron las bases del antisemitismo ideológico: los judíos, como criaturas extrañas y demoníacas, envueltas en conspiraciones internacionales y culpables de la muerte ritual de niños cristianos, entraron en el folclore de la imaginación europea. Finalmente durante esta época hubo un aumento de las herejías, una expresión de la inquietud intelectual y social de la época, y de los esfuerzos políticos y militares en destruirlas, que se reflejaron sobre todo en la cruzada al sur de Francia contra la herejía de los albigenses.
Así pues, la unidad cultural europea no estuvo libre de conflictos. Al contrario, estuvo en un precario estado de equilibrio, y sus elementos, en continuo desarrollo, inevitablemente entraron en conflicto unos con otros en los siglos siguientes. Los pueblos y ciudades continuaron su crecimiento económico y demográfico. En Italia, Inglaterra y los Países Bajos comenzaron a luchar por la autonomía política. La lucha fue particularmente cruel en Italia, donde las ciudades se encontraban entre los conflictivos diseños políticos del Imperio y el Papado. También fueron destacadas las luchas internas entre distintos grupos sociales urbanos. Como resultado, se intensificó el pensamiento político y social que hoy día se llama humanismo, mientras el pueblo intentaba articular sus propias posiciones.

Carlomagno

Carlomagno 

                                                                                    


El más grande de los reyes carolingios fue Carlomagno (742-814) que en su propia época fue una figura mítica y legendaria. Su reinado marcó la culminación del desarrollo franco. Bajo su gobierno, los francos, por medio de una serie de conquistas, se convirtieron en los dueños de Occidente y en los garantes del poder papal en Italia. Carlomagno derrotó a los lombardos en Italia, a los frisios en el norte, a los sajones en el este, se anexionó el ducado de Baviera y expulsó a los musulmanes del sur de Francia. Consolidó su poder sobre este vasto territorio al conseguir que los miembros de los sectores terratenientes se aliaran entre sí y con él mismo mediante juramentos especiales de lealtad, que se recompensaban ocasionalmente con tierras de zonas recién conquistadas y con absoluta jurisdicción sobre sus súbditos. Esta política —el primer ejemplo importante de los crecientes lazos de dependencia personal conectados con el poder político llamado feudalismo— no sólo proporcionó a Carlomagno un suministro permanente de guerreros, sino que también contribuyó a controlar más fácilmente su territorio. Los vasallos del rey y sus subordinados más cercanos, así como los vasallos de éstos, se convirtieron a su vez en delegados y representantes del propio monarca.El aumento del sentido de misión cristiana de Carlomagno fue inseparable de la consolidación militar y política. Fundó monasterios en territorios fronterizos que funcionaron como establecimientos de colonizadores que sometieron los bosques y pantanos (los imponentes hogares de los antiguos dioses paganos) al control cristiano y los hicieron cultivables. También fueron centros de actividad misionera y educacional, pues la expansión del cristianismo requería un clero preparado, un rito homogeneizado y la producción de libros importantes. La clave fue la educación, y el trabajo práctico de fundación y dotación de personal de las escuelas monásticas y catedralicias demandaba ayuda exterior. Carlomagno la encontró en Roma y en las tierras lombardas de Italia, donde las antiguas tradiciones educativas no habían muerto por completo. No obstante, la mayor contribución a la reforma educacional carolingia fue anglo-irlandesa, pues los grandes monasterios de Inglaterra e Irlanda eran ricos en libros y en su preparación; de hecho, el consejero principal de Carlomagno fue el erudito inglés Alcuino de York.El reino de los francos, como resultado de todo ello, integró Europa territorial y culturalmente como no se había hecho desde el Imperio romano. El día de Navidad del año 800, Carlomagno fue a oír misa a la catedral de San Pedro de Roma. Según se cuenta, mientras se levantaba de orar, el Papa colocó una corona en su cabeza, se inclinó ante él y le proclamó imperator et augustus ante el pueblo. Así pues, Carlomagno se convirtió no sólo en el emperador de los francos, sino también de Roma. El poder del nuevo Estado (que se llamó Sacro Imperio Romano Germánico), la organización de la Iglesia y las antiguas tradiciones de Roma se habían vuelto indistinguibles entre sí.

El Ascenso De Los Francos

El ascenso de los francos
                                                    
 En el norte, la historia europea desde el siglo V al IX estuvo dominada por un grupo de tribus germánicas occidentales denominadas colectivamente francos. Al contrario que los germanos orientales, los francos se convirtieron directamente de su antiguo paganismo al cristianismo católico, sin un periodo intermedio de arrianismo. Los francos salios comenzaron su conversión definitiva el año 496, después de que su jefe guerrero Clodoveo I se bautizara por el rito cristiano junto a muchos de sus seguidores. Clodoveo I, un descendiente de Merovech o Merowig (que reinó entre 448 y 458) y parte de la familia gobernante de los francos salios, fue el primer rey de la dinastía merovingia. Gracias a sus numerosas victorias contra otros pueblos y el éxito de una larga serie de complejas disputas familiares características de la cultura franca, se convirtió en el gobernante supremo de todos los francos.
A la muerte de Clodoveo, por la ley tradicional de los francos salios, las tierras bajo su control se dividieron entre sus cuatro hijos. Éstos, a su vez, dejarían sus tierras a todos sus herederos masculinos, de manera que toda la época de gobierno merovingio se caracterizó por periodos alternos de fragmentación y consolidación, dependiendo del número y habilidades de los herederos.
Esta era llegó a su fin en el siglo VIII. Históricamente los últimos reyes merovingios se ganaron el apelativo de rois fainéants ('reyes perezosos'). Poco a poco el poder se concentró en el cargo del mayordomo de palacio y no en el rey, hasta que, en el año 751, el rey Childerico III y su único hijo fueron encarcelados. Su pelo largo (simbolismo de su nobleza) fue cortado y el mayordomo de palacio, Pipino el Breve, hijo del gran guerrero Carlos Martel, se proclamó rey de los francos, el primero de la dinastía carolingia en asumir el título real.
El golpe de Estado carolingio nunca habría ocurrido sin la intervención activa del papa. En varias cartas que ambos mandatarios se cruzaron entre el año 740 y el 750, el rey carolingio inquiría sobre la conveniencia de mejorar el gobierno del reino, en el que todo el poder no estaba en manos del monarca; el papa respondió citando el precedente bíblico de David, ungido por el profeta Samuel mientras el rey Saúl aún vivía. Es más, el papa siguió el precedente y ungió a Pipino, y seguiría ungiendo a sus descendientes en un ritual de consagración real.
                                               

El Imperio Bizantino

El Imperio bizantino 


                                                                       


Constantinopla era la ciudad que gobernaba las provincias romanas del Mediterráneo oriental, aunque el Imperio se había transformado de tal manera que los historiadores modernos lo han llamado bizantino en lugar de romano.

Todos los elementos básicos del Imperio bizantino estuvieron presentes en la época del gran emperador del siglo VI, Justiniano I. La tendencia del Imperio, presente durante toda la historia de Roma, a convertirse en una autocracia militar quedó eliminada definitivamente durante su reinado. El gobierno se convirtió por entero en un cuerpo profesional y civil, centrado en el palacio imperial y, lo más importante, en el emperador mismo. La ley romana se codificó de forma sistemática. La economía y la recaudación de impuestos se centralizaron. La política religiosa de Justiniano también contribuyó a la centralización. En una época de intensos conflictos religiosos y revisión de la doctrina, el Imperio bizantino se convirtió en el Imperio ortodoxo y la religión del emperador en la religión oficial del Estado.
En los primeros años de su reinado, Justiniano se embarcó en un intento de reconquistar el Occidente arriano. El reino vándalo de África cayó rápidamente, al igual que el itálico de los lombardos y la zona oriental del reino de los visigodos en la península Ibérica. No obstante, debido a la presión continua de los Sasánidas de Persia, el Imperio perdió su poder militar en la península Ibérica, que resurgió como un reino visigodo con una cultura y una organización política particulares. En Italia, las fuerzas imperiales se retiraron a Sicilia y a su plaza fuerte del Adriático, Ravena, y dejaron el resto de la península a los lombardos. Los Balcanes fueron completamente devastados por los ávaros y los pueblos eslavos.
En efecto, las conquistas occidentales de Justiniano dieron a la Europa medieval su estructura cultural característica. Los territorios europeos mediterráneos se separaron del norte, económica y culturalmente subdesarrollado. En realidad eran parte de Oriente Próximo, una evolución que se consumó en el siglo VII, cuando el norte de África y el suroeste de Europa (la península Ibérica y partes del sureste de Francia) cayeron ante los ejércitos musulmanes.

                                    

 

Etnología

Etnología 

En Europa existe una gran variedad de grupos étnicos (personas unidas por una cultura común, fundamentada principalmente en la lengua). La mayor parte de las naciones europeas se componen de un grupo dominante, como los alemanes en Alemania y los franceses en Francia. En varios países, sobre todo en el sur y el centro de Europa, hay minorías étnicas; además, la mayoría de los países contienen grupos más pequeños, como los saami (lapones) de Noruega. Además, un número considerable de turcos, negros africanos y árabes viven en Europa occidental, la mayor parte de ellos como trabajadores temporales. A partir de 1989 y hasta 1991 se produjo la desmembración de la URSS en 15 repúblicas distintas, cada una con su grupo étnico dominante. Los croatas, eslovenos y macedonios, que constituían la mayoría de la población de sus respectivas repúblicas en Yugoslavia, votaron a favor de la separación de Yugoslavia en 1991 para convertirse en Estados independientes. Bosnia-Herzegovina, con una variedad de grupos étnicos mucho más diversa, se convirtió en el escenario de un dramático conflicto étnico que tuvo lugar tras la declaración de independencia de dichas repúblicas en 1992.


 

Religión

Religión 

 


A finales de la década de 1980 la mayor parte de los europeos se declaraban cristianos. El grupo religioso más numeroso, el católico, vive principalmente en Francia, España, Portugal, Italia, Irlanda, Bélgica, el sur de Alemania y Polonia. Otro gran grupo lo componen las confesiones protestantes, concentradas en países del norte y el centro de Europa, como Inglaterra, Escocia, el norte de Alemania, los Países Bajos y los países de Escandinavia. El tercer grupo cristiano más importante era el ortodoxo, sobre todo en Rusia, Georgia, Grecia, Bulgaria, Rumania, Serbia y Montenegro. Además, había comunidades judías en la mayoría de los países europeos (la más numerosa en Rusia), mientras que los habitantes de Albania, Bosnia-Herzegovina y Turquía eran en su mayor parte musulmanes.

La Reforma Protestante

La Reforma protestante 

 

 

La Reforma protestante que Felipe II detestaba comenzó en 1517, año en que Martín Lutero expuso a debate público sus 99 tesis. En busca de la salvación personal y ofendido por la venta de indulgencias papales, el profesor de Wittenberg había llegado a una conclusión que se diferenciaba en poco de la que había provocado la muerte de Jan Hus un siglo antes. Lutero renunció a retractarse incluso cuando se enfrentó a una bula de excomunión. No obstante, a pesar de su carácter religioso, tras proclamar que la salvación sólo se obtiene mediante la fe, el desafío de Lutero a la Iglesia se mezcló con aspectos políticos. Al reconocer el peligro de las repercusiones políticas de sus ideas, Carlos V puso a Lutero bajo proscripción imperial.
La ruptura de Lutero con la Iglesia podría haber sido un hecho aislado si no hubiera sido por la invención de la imprenta. Sus escritos, reproducidos en gran número y muy difundidos, fueron los catalizadores de una reforma más radical incluso, la de los anabaptistas. En su determinación por recrear la atmósfera del cristianismo primitivo, los anabaptistas se opusieron a los católicos y a los luteranos por igual. La Reforma tampoco pudo ser contenida geográficamente; triunfó en Suiza cuando Zuinglio impuso sus ideas en Zurich. En Ginebra, Juan Calvino, francés de nacimiento, publicó la primera gran obra de la teología protestante, Institución de la religión cristiana (1536). El calvinismo demostró ser la más militante políticamente de las confesiones protestantes.
Incapaz de conservar la unidad cristiana occidental, la Iglesia católica no cedió territorio a los protestantes. La Contrarreforma, que no sólo fue una respuesta al desafío protestante, representó un esfuerzo por vigorizar los instrumentos de la autoridad de la Iglesia católica. El Concilio de Trento reafirmó el dogma tradicional católico, denunció los abusos eclesiásticos y potenció la Inquisición y el Índice de libros prohibidos. Con la Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola, la Contrarreforma podía enorgullecerse de contar con una organización tan militante y dedicada como la de cualquier confesión protestante.