La unidad cultural
Las fuerzas materiales y culturales liberadas en el siglo XII prolongaron su impacto durante los siguientes 200 años. Europa se había convertido en una unidad cultural, por la que se expresó de forma institucional lo que era el pensamiento de la Iglesia cristiana. Esta unidad se reflejó con más claridad que nunca en una serie de expediciones militares (las Cruzadas) en las que se pretendía arrebatar al Islam los lugares santos cristianos de Oriente Próximo. La jerarquía de la Iglesia predicó en favor de las cruzadas, que consiguieron el apoyo de las nuevas órdenes monásticas, para las que el 'peregrinaje militar' representaba el camino a la salvación individual y colectiva. La idea de la guerra santa, sin embargo, rebasó las divisiones sociales y atrajo tanto a la aristocracia guerrera tradicional como a los campesinos, las nuevas clases de artesanos y los trabajadores de las ciudades surgidos por el crecimiento de la sociedad urbana. En la península Ibérica, la tolerancia tradicional entre musulmanes, judíos y cristianos vivió épocas de crisis y, conforme se extendían los reinos cristianos hacia el sur, los monarcas y la Iglesia tuvieron que intervenir con frecuencia para apaciguar los ánimos populares, que achacaban a los judíos, incluso a los conversos o 'nuevos cristianos', la culpa y responsabilidad por todos los desastres. Se estaba incubando la más grave crisis de identidad nacional, origen de la Inquisición y de la expulsión de judíos y moriscos, ocurrida a finales del siglo XV y del siglo XVI respectivamente.
La creciente intolerancia hacia las poblaciones no cristianas dentro y fuera de las fronteras de Europa tuvo la misma importancia como expresión de la unidad cultural cristiana. El islam, el enemigo infiel de la lejana Jerusalén, también era el enemigo en las fronteras, y en Sicilia siglos de intercambio comercial e intelectual llegaron a su fin. También en el periodo comprendido entre los siglos XII y XIV la intolerancia hacia los judíos que se habían establecido en toda Europa se extendió y se hizo más virulenta. Decretos punitivos restringiendo el asentamiento y la colonización judías coincidieron con atrocidades y motines en masa contra la población judía, y se establecieron las bases del antisemitismo ideológico: los judíos, como criaturas extrañas y demoníacas, envueltas en conspiraciones internacionales y culpables de la muerte ritual de niños cristianos, entraron en el folclore de la imaginación europea. Finalmente durante esta época hubo un aumento de las herejías, una expresión de la inquietud intelectual y social de la época, y de los esfuerzos políticos y militares en destruirlas, que se reflejaron sobre todo en la cruzada al sur de Francia contra la herejía de los albigenses.
Así pues, la unidad cultural europea no estuvo libre de conflictos. Al contrario, estuvo en un precario estado de equilibrio, y sus elementos, en continuo desarrollo, inevitablemente entraron en conflicto unos con otros en los siglos siguientes. Los pueblos y ciudades continuaron su crecimiento económico y demográfico. En Italia, Inglaterra y los Países Bajos comenzaron a luchar por la autonomía política. La lucha fue particularmente cruel en Italia, donde las ciudades se encontraban entre los conflictivos diseños políticos del Imperio y el Papado. También fueron destacadas las luchas internas entre distintos grupos sociales urbanos. Como resultado, se intensificó el pensamiento político y social que hoy día se llama humanismo, mientras el pueblo intentaba articular sus propias posiciones.